Había una vez, un hombre que había escuchado que Dios estaba dentro de él. Pero tenía muchas dudas sobre Dios. Entonces un día se le ocurrió que la mejor manera de hablar con Dios era parándose frente a un espejo y preguntarle. Comenzó: querido mío, ¿por qué a veces parece que me abandonas? ¿por qué siento que solo me exiges cosas? ¿por qué la mayoría de las veces te siento tan lejos de mí? ¿por dices que me amas y no eres coherente con tus acciones? ¿por qué no te escucho cuando supuestamente me hablas? Y después de unos segundos en silencio, el hombre escucha dentro de su corazón: Querido mío, cuando tú me respondas ese preguntas, no necesitaré responderte yo a ti.
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