Vivimos en una sociedad y en una cultura que nos mantiene en una actitud de defensa constante; la misma que nace de una sensación de peligro que muchas veces es artificial.
En una competencia mal sana, donde los enemigos son los demás y por tanto las luchas y las cosas a mejorar son externas a nosotros mismos.
¿Acaso se puede vivir sano de esta forma? ¿Acaso se puede trabajar para nuestro bienestar real cuando sentimos que nuestra existencia está en riesgo en todo momento?
La solución la he dicho muchas veces; si tomáramos conciencia realmente de qué somos y recuperáramos nuestra relación de compromiso con Dios, dejaríamos de sentir a nuestra realidad en peligro inminente. Allí, comenzaríamos a trabajar por nuestro verdadero bienestar y llegaríamos a sanar.
Pero ¿quién convence a los líderes? ¿Cómo se le invita a las iglesias a replantearse? ¿Cómo se desempoderan a los intelectuales? ¿Cómo se les habla a quienes creen que han tenido la razón a pesar de que la realidad actual muestra lo contrario?
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